


El credo del catarismo es:
1) Dios es amor, y
2) la divinidad habita en el hombre sin condiciones, sin restricciones y sin dependencia, de manera escondida en los castillos interiores.
Sin condiciones significa a pesar de los fallos;
sin restricciones: por muy diversos que sean los argumentos presentados;
sin dependencia del estado corriente de la tierra;
de manera escondida — en la plenitud, pero de manera latente, no manifestada.
El hombre no es simplemente el valor superior, como creían los filósofos humanistas del siglo XVIII. Nos diferenciamos de ellos, del mismo modo que del gran ilustrador espiritual León Tolstoi, en que comprendemos al hombre como la plenitud personificada del Altísimo. El remodelado de adaptación en realidad no ha cambiado nada, sino que ha hecho retroceder los compuestos divinos hacia lo interior, disolviéndolos con una agüita turbia. Por eso el prójimo, por muy pecador y nulidad que sea, es intangible.
La humanidad es en cierta manera la raza de los intangibles. ¡El hombre es el valor absoluto, en virtud de que en él habita la divinidad superior, el Padre de la ecúmene conjunta!
La inquisición hurtó la idea del teohombre
El cristianismo ha particularizado al hombre, lo ha trasladado hacia el yaldabaotismo reformado judeo-petriano (del apóstol Pedro): Elohím-Jeová es el único dios, su hijo Jesús ben-Elohím (hijo de Elohím (hebreo) es el único teohombre y nadie más puede hacerse teohombre.
Los profetas cátaros (en particular en la época del florecimiento del catarismo medieval) afirmaban que la inquisición romana hurtó la idea del teohombre al arquetipo hiperbóreo. En los tiempos de Hiperbórea, dios y hombre se entendían en su conjunto. No había entonces ni templos ni dominio de rituales y culto. La divinidad habitaba en el hombre de manera visible y transparente.
El hombre es teoantropoide desde el principio. Pero luego fue disminuido en su hipóstasis divina por varios tipos de magia ritual, que fue acompañada por curiosidades mitológicas.
El concepto del teoantropoide
se opone a todo lo que preconiza el culto distante.
La distancia siempre es algo particular, limitado, transitorio, que se lleva a lo absoluto, se santifica y se hace un valor sagrado, en favor del cual es admisible sacrificar al hombre. Las iglesias cristianas modernas lo muestran en varias formas. Desde su punto de vista, los santuarios eclesiásticos, el templo, el sacerdote, el poder estatal, son valores superiores al propio hombre.
Si razonamos así, entonces cualquier sauna de aldea es más valiosa que el hombre, ya que la visitan varios aldeanos y no uno sólo. El hombre es nada; de él no se puede sacar ningún provecho.
¿Qué es más valioso: el mammón (el espíritu de dinero y de utilización de los demás para fines propios) o el hombre? Claro que el mammón – dicen ellos. ¿Qué podrás aprovechar del hombre en sí mismo? Y mammón te da el beneficio, el estado de la sociedad, etc.
Por eso, mires donde mires, por todas partes hay corrupción, soborno, mafia, mentira…
La blasfemia contra el hombre: una humillación que dura más de 7000 años
Cristo decía que la calumnia contra el Espíritu Santo es el único pecado imperdonable. El Antiguo Testamento, especialmente en ‘El Génesis’, calumnió al hombre, calumnió el espíritu Paternal que le fue presentado durante la creación.
En el hombre habita el gran espíritu del Padre. Creerlo nulidad, nada, algo creado del barro, etc., es una blasfemia, un sacrilegio.
Según las ideas cátaras, la blasfemia contra el hombre es la conspiración consciente de las fuerzas oscuras, que lo odian, que se enemistan y compiten con él.
La calumnia contra el Espíritu Santo es también la doctrina católica de san Agustín, respecto a la creación del hombre ex nihilo, desde el polvo. La consecuencia directa de esta doctrina es la imposibilidad de ascender por la escalera, la prohibición completa de la divinización. El acento se pone sobre la salvación, sobre lo negativo, sobre el pecadocentrismo.
Hay que vivir precisamente el estado de los calumniados, la humillación de los homo sapiens, que perdura ya más de 7000 años, desde el principio del remodelado de adaptación.
Nuestro Padre no ama los templos, sino los corazones
Nuestro Padre no necesita ni la escritura histórica, ni los templos, ni los sacerdotes. El hombre para Él es un dios potencial, un icono andante y un templo en el cual se lleva a cabo el oficio divino por los ángeles celestiales.
El nuevo humanismo suprimirá las cáscaras de piedra del tipo de los templuchos rituales, etc. Dios no está lejos del hombre y el hombre no está lejos de Dios. Ellos forman un solo ser eterno y único. La divinidad desea habitar en el interior del hombre y no estar en las cabezas de misiles nucleares y sobre las cúpulas acebolladas de los templos. Nuestro Padre no ama los templos (“Yo no vi templo en ella” (Apocalipsis 21:22), sino los corazones. ¡Ama a los hombres!
¡Ojalá pudiéramos amar a los hombres con el amor con el cual nos ha amado Guan Min, la Mamita de Bondad Desbordante!
La plenitud de la divinidad, que habita en el hombre de manera escondida, tiene que ser manifestada por el roce del cetro bodhisátvico del ungido. Se manifiesta tras los esfuerzos de la bondad, de la purificación, de llevar la cruz, de la infinita paciencia y de la veneración de la Reina del amor y bondad superiores.
Se modela el nuevo hombre como un ser ilimitadamente bondadoso
El eje mundial se ha desplazado en dirección a la bonhomización. Los doce zodiacos rencorosos pierden su poder. ¡Ya no existen más! ¡La tierra hoy en día tiene nuevos protectores: los tronos de las 16 constelaciones bondadosas!
Se modela el nuevo ser humano —ilimitadamente bondadoso. AMDH (Reina, Señora, Diosa, Virgen, Madre) es enviada como gran arquitecta, como sanadora, como el architectón del orden superior. La mensajera del Padre del puro amor, Madrecita de la bondad extralimitada, de la sabiduría, de la fidelidad, del amor al hombre. Ella libra la batalla contra la adversaria Lilith, que está detrás de la escuadrilla humanoide ‘Murciélago’.
Guan Min (diosa taoista), con su cetro bodhisátvico, desea devolvernos la cultura del tao, es decir, de la paradoja que nos habla sobre la inunivocidad del mundo: la comprensión de la tierra no es unívoca, ni tampoco lo son el curso de la historia mundial ni el destino humano. Ella devuelve los valores arquetípicos, eternos, imperecederos, y presenta el bogomilismo y el catarismo como nuevos tesoros que deben enriquecer al hombre.
La divinidad cuyo nombre
no es ‘UN SOLO’ sino ‘UN TODO’
El particularismo (particularidad) religioso se suprime. Ha llegado el tiempo de la espiritualidad universal. Es inútil hoy en día tratar de predicar los modelos sincréticos: juntar de manera artificial el cristianismo, el budismo, el islam o el chamanismo. Es necesaria la intervención de lo alto.
Reina Celeste es la salvadora de la situación. Ella anuncia la otra divinidad, cuyo nombre no es ‘un solo’, sino ‘un todo’. La tesis taoísta (paradójica y zen) de Guan Min dice:
“Por muy bajo que caiga el hombre, por mucho que se ilusione y se equivoque (si no es de origen infernal, si no es reptiloide), el Padre no lo dejará”. El pastor deja el ganado sano, toma en sus manos la oveja enferma y la lleva al corral, ofreciéndole signos de atención para curarla con bondad y cuidado.
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