En los tiempos del llamado ‘descubrimiento’ de América (s. XV), Europa entera se agitó. No porque se hubiese hallado un nuevo continente (sobre este ya existían conocimientos), no. La causa de la conmoción estaba en los relatos de los conquistadores, que atestiguaban haber visto personas de otro género, otro pueblo, personas de otra composición: puras, descendidas del cielo.
Había sido descubierto el oasis de la Atlántida ¡el de una civilización más avanzada, que superaba mil veces a la europea (arquitectónica, cultural y espiritualmente)! Las mentes más inquietas se conmocionaron con el descubrimiento. Comprendían emocionadas: ‘¡Ha sido descubierto “El Siglo de Oro!”
¡Imposible! —esta era la principal palabra que articulaban los asombrados habitantes del Viejo Continente cuando recibían noticias sobre la nueva cultura.
¡Un sueño, un hecho sin precedentes, un cuento! ¡La belleza mítica y la perfección inaccesible!
El mayor pensador inglés, Francis Bacon, escribió su tratado “La Nueva Atlántida” tomando como modelo los hallazgos más recientes relacionados con el descubrimiento de América. En su obra describe cómo los europeos chocaron con un desconcertante y desconocido género de personas.
Posteriormente Tomás Moro, escribió la obra “Utopía” (del griego οὐ “no” y τόπος “lugar”, término utilizado para describir una sociedad ideal que en el presente parece que no existe pero que alguna vez existió o existirá). En esta obra Tomás Moro habla abiertamente sobre la tierra de los ángeles y los santos perfectos. En las crónicas helénicas y en los antiguos calendarios mexicanos lo llamaron el Siglo de Oro.
Shakespeare se admiró con el Nuevo Mundo, reflexionaba mucho sobre la Atlántida. En su drama “La Tempestad” describió una isla desconocida de belleza supraterrenal, el oasis de una civilización divina, habitada por personas de belleza extraordinaria, lleno de maravillas inconcebibles.
La civilización de los nativos de América fue extremadamente cercana a los cátaros europeos.
América estaba habitada por docenas de pueblos de origen misterioso, no terrenal. Los puentes de oro y arco iris entre el Cielo y la Tierra no dejaban de funcionar. Jardines exuberantes de aromáticas flores, magníficos palacios construidos sobre el agua y ciudades unidas por canales. Cosechas que daban frutos siete veces al año. Ancianos que contemplaban el universo elevándose a los cielos en cuerpos espirituales.
Imaginaos: quinientas hectáreas de tierra. Doscientas o trescientas casas de maravillosa arquitectura. Un círculo para la asamblea o el consejo de los ancianos. Por las alamedas pasean rezadores teomeditativos. Ricas casas de madera adornadas con misteriosas pinturas murales. En las repisas y mesas hay infolios sagrados… Sobre la ciudad se esparce una nube de espacio sacro, protegiéndola del resto del mundo. Una espiritualidad admirable:
¡la vida celestial y terrenal en una! No existía la muerte, pero sí tenían el lecho de aftarsía: los indios pasaban a las esferas de las ciudades blancas de sus antepasados y regresaban de ellas nuevamente al mundo.
La tierra de Mamapacha daba las cosechas más ricas (solo de patata, había 250 variedades). Los pueblos vivían en paz y abundancia, sin conocer enfermedades. En la Europa de aquellos tiempos se sufría de hambre y epidemias mortales. Mientras en América no sucedía nada parecido. Mamapacha cuidaba de sus hijos.
LAS CIVILIZACIONES DIVINAS EXISTIERON
CEM ANÁHUAC, los que viven eternamente juntos entre las grandes aguas.
Anáhuac, que hoy en día se llama México, se consideraba un centro espiritual del mundo junto a otras cinco civilizaciones antiguas: Babilonia, Egipto, China, la India y los Andes.
Anáhuac en náuatl, la lengua original de estas tierras quiere decir “los que viven enternamente juntos”. Anáhuac fue una de las 6 civilizaciones mas antiguas de la humanidad (del s. VI a.C hasta el 1521). Cada una de estas civilizaciones tenia un origen autónomo, por si mismas crearon su propia sabiduría. De estas seis civilizaciones, que los expertos llaman “civilizaciones Madre” se reproducirá y transmitirá el conocimiento que será recreado por otros pueblos que realizaran “apropiaciones y variantes culturales”.
La historia antigua de México se puede entender más fácilmente, como la evolución compartida de los pueblos del Cem Anáhuac, con tres grandes períodos:
- Preclásico con la cultura Olmeca (6000 a.c – 200 a.c),
- Clásico o edad de oro con la cultura Tolteca (200 a.c – 850 d.c)
- y Postclásico con la cultura Mexica o comunmente y llamada Azteca (850 d.c – 1521 d.c).
El periodo preclásico de los Olmecas cimentó la base de una gran civilización. Pero el culmen solar del Cem Anáhuac se dio en el periodo de los toltecas. En este periodo destacaron seis características culturales, que, unidas e interactuantes, estaban presentes en todas las comunidades en la raíz misma de cada cultura y que es lo que hizo a Anáhuac brillar bajo un sol Teocivilizacional, como sociedad perfecta muy similar y cercana a lo que denominamos la Atlántida.
Quizá el mayor logro fue que a pesar de que el Anáhuac estaba formado por muchos pueblos y culturas diferentes, todos ellos vivían en la unidad solar de los mismos principios. Todas las culturas estaban unidas por una sola matriz de conocimiento y espiritualidad llamada toltecáyotl: la enseñanza del dominio universal del Bien, la Paz, la Armonía, el Amor, según la cual las deidades y los humanos eran un todo
Estos fueron los principios de la vida en la organización social de los Toltecas y de otros muchos pueblos originarios.
1) La educación: que era la generación de imágenes auténticas. Se aprendía el lenguaje de las divinidades, del universo, de los animales, las plantas… el lenguaje arquetípico antiguo. Los niños aprendían el bien, la armonía de toda la naturaleza. Comprendían que si a su lado había un buen animalito ellos debían unirse con sus dones, armonizarse con él, hacerse más bondadosos. No se consideraban superiores a los animales, con derecho a matarles, sino hermanos.
2) El conocimiento biófilo: Que significaba que los conocimientos que estaban bendecidos eran solo aquellos que traían la vida a los humanos, en contraposición a los conocimientos necrófilos que quitan la vida, la perjudican o la dañan. Las personas podían distinguir entre estos dos, entre si una fe, pensamiento, idea, educación, modo de vida, etc. era necrófilo o biófilo, si le aportaba la vida o se la quitaba. El mal era ilícito. Lo miraban con horror. Decían que al hombre al que se le ocurriera una mala intención (robar, embaucar, engañar o matar, es decir, dañar…) de rebote le volvería su mala acción, además de modo multiplicado (!). La sabiduría original atlante dicta: existe un único concilio universal para toda la existencia espiritual. Violar sus leyes es llevar a la civilización hacia una catástrofe. Se empieza con la tala de árboles y se termina con la tala de cabezas.
3) Ni moneda ni propiedad privada: Se basaban en el intercambio , pero no en un intercambio como negocio, sino en un intercambio por el amor. No había ningún interés, era apertura del corazón. Se veía el amor fraternal. Las personas decían: “Querido hermano, toma lo que tengo” y respondían “No, yo quiero darte más, toma, toma todo lo que tengo”. Sacrificaban lo suyo dando hasta lo último al prójimo comprendiendo que la Madre Celestial les daría 100 veces más. Era un cambio saludable, bueno. Los indios despreciaban el oro (este literalmente se encontraba por doquier) a diferencia de los conquistadores que por él mataban a los indios. Ellos conocían otro oro: El Dorado, el oro con el que bañaban el interior del hombre.
4) La democracia: el poder estaba en el pueblo. Existían las asambleas regulares donde toda la gente educada se reunía. Había una gradación: pueblo, asamblea, consejo y ancianos. En estas asambleas se ofrecían planes, ideas, proyectos. El poder ejecutivo escuchaba las opiniones del pueblo, y entre estos dos se encontraban los ancianos sabios que guardaban siempre la dirección espiritual. Ninguno de los asuntos relativos a la comunidad se resolvía con dictámenes autoritarios ni de forma jurídica (con una ley o decreto regulado), sino a través del Consejo de sabios. Lo mismo sucedía con los incas, por ejemplo, donde la comunidad era administrada por padres bondadosos que junto a los ancianos espirituales formaban la Cámara de sabiduría. De esta cámara resultaba elegido el jefe de la tribu, por lo general, la persona más virtuosa, buena, paciente y sabia.
5) No luchaban. Las armas eran consideradas como necrófilas, que traían las destrucción y la muerte. Creían que era posible vencer el mal con la bondad, que debía brillar como un sol. En ese caso el mal se paraliza y no puede hacer ningún daño. Para el pueblo noble de los incas el mal era una absurdidad. Ellos decían “¿Acaso es posible matar? ¡La muerte regresa! Desear algo malo al prójimo es deseárselo a sí mismo. No solo no se puede dañar al prójimo, sino tampoco a las plantas ni a los animales.”
Parece ser que no se acabó con la civilización americana con armas de fuego. Los europeos trajeron enfermedades desconocidas por los nativos pero a través de plantas medicinales se curaban. Para exterminar toda esa civilización los conquistadores exterminaron a más de 50 millones de bisontes y muchas especies de la naturaleza sagrada. Todo esto protegía a los indígenas y les guardaba. No fue posible destruir a los nativos ni con armas ni con balas, solo lo lograron destruyendo a los arquetipos en la naturaleza.
6) El sistema espiritual: la espiritualidad lo envolvía todo, la arquitectura, la música, la educación, las conversaciones y charlas, etc. Todo seguía la espiritualidad piramidal que asciende de la tierra al cielo, por escalones más y más allá.
La espiritualidad de la Atlántida americana está impregnada en su esencia con la idea de que el espíritu abarca a todo el universo y de que todo lo que nos rodea tiene ánima. Las tribus indígenas eran verdaderamente pneumatológicas (= espirituologicas). Sus sabios profesaban la primacía de lo espiritual sobre lo material: el mundo está gobernado por un conjunto de espíritus que conviven entre ellos en perfecta armonía. Hay un Gran Padre bueno, una Gran Madre buenísima, espíritus buenos y almas buenas.
Se trata de seis principios que son absolutamente arquetípicos y universales, los mismos que profesaban los cátaros y que están como base profunda de la conciencia en cada persona buena de la tierra.
Es importante comprender que la espiritualidad universal no es una sopa de mezclas de varias religiones o tradiciones esotéricas. ¡Nada de eso! Se trata de la espiritualidad propia de todos los buenos mundos.
El matrimonio virginal
La Atlántida Americana era una civilización privada de pasiones bajas. Personas a cuál más luminosa, matrimonios magníficos. La continuidad del género se resolvía por vía humana, pero al mismo tiempo de modo secreto. Los niños no nacían fruto de una lascivia animal, sino de un matrimonio de corazones.
En los matrimonios la lujuria ni siquiera existía. El primer año los recién casados no entraban en relaciones conyugales físicas en absoluto. Estas últimas estaban en el tercer y el décimo lugar, para continuar el género. Entendían que había que prepararse para el matrimonio de verdad. El alma del niño futuro debía ser engendrada desde lo alto, de modo inmaculado, y los esposos se veían obligados a estar preparados para ello.
‘¿Estáis preparados para contraer matrimonio?’ —preguntaban los ancianos. No se referían a si sentían atracción lujuriosa, sino —¡¿estáis preparados de modo espiritual?!
El fin del matrimonio no era el hecho de concebir niños y así prolongar el género. ¡No-no! El fin del matrimonio consistía en aprender a ver en el prójimo la divinidad. La esposa se veía obligada a ver a Cristo, el esposo a ver en su mujer a la Madre Divina. Los esposos futuros aprendían a ver la divinidad uno en el otro. ¡Genial! El matrimonio terrenal se convertía en… el matrimonio con la divinidad (!).
Entonces, mi esposa no es una simple mortal, sino la misma Teoengendradora. Mi marido no es un simple ser terrestre con cáliz de pecados, sino un Cristo misterioso, enviado a mí desde lo alto, del Padre bondadoso…Magnífico. ¡Maravilloso!
El matrimonio empieza en la Tierra y finaliza en los cielos. Empieza en los cielos y acaba en la Tierra. De ese modo la Tierra contrae matrimonio con el cielo, y el cielo con la Tierra. Tal es la visión de nuestros antepasados.
Antes de la boda se daban un plazo de prueba. El novio y la novia se presentaban al concilio de los ancianos, los cuales les fijaban un plazo; desde un año hasta tres o cinco (este plazo se podía prolongar en caso de indeterminación). Los esposos tenían que obtener la paz, adoración y el don de ver en sí mismo a las divinidades. Si surgían roces, dificultades, disputas, problemas —pacíficamente se separaban: el matrimonio se suspendía. No se veía en esto ninguna tragedia. Se suponía que si existía una necesidad insistente en el matrimonio, como vocación de lo alto, se deberían preparar para un nuevo matrimonio.
Los navíos templarios y otros pueblos viajaban hasta América antes de la colonización.
En los tiempos de Bruno y Copérnico, se perseguía a los científicos que proclamaban la teoría heliocentrista. A los cardenales romanos les horrorizaba la astronomía que les hacía recordar las bondadosas civilizaciones heliocéntricas, a las que hacía poco tiempo persiguieron, destruyeron y borarron: el teogamismo eslavo de los siglos I a X, el catarismo europeo de los siglos X a XIII y los perfectos pueblos indígenas de América, que no habían sufrido guerras durante milenios.
Mucho antes de que Colón “descubriera América”, los navíos templarios habían alcanzado sin dificultad alguna las orillas del continente americano. Se trataba de una tierra conocida a la perfección por celtas y vikingos. Muchos de los desposines europeos, herederos de María Magdalena, establecieron allí poblados de gente buena. En los fríos inviernos, los habitantes del Lejano Oriente llegaban hasta América atravesando el congelado Estrecho de Bering mediante tiros de perros (de aquí procede la estrecha relación existente entre América del Norte y la civilización de las tribus escitas, la Hiperbórea eslavo-teogámica). Los apóstoles Andrés, el Primer Llamado y Juan, el discípulo predilecto, quisieron ir por este camino hacia nuevas tierras.
El brillante peregrinaje de la flotilla blanca de los templarios al Nuevo Mundo, enfureció a los papistas. La espiritualidad de los indígenas resultó ser totalmente incompatible con la doctrina judeo-cristiana, sus principios rompían el establecido orden romano. Los cardenales no encontraban su lugar en esta concepción “utópica”, ya que, según Agustín, la humanidad estaba atascada en los pecados y debía llegar a necesitar de la misión salvadora de la Iglesia romana.
La luminosísima civilización de los teohombres fue sometida a una calumnia no conocida ni por los santos más elevados que sufrieron por parte de Roma en Europa. La versión oficial representa a los indígenas como inhumanos, semianimales, paganos oscuros, conquistadores rapaces con ritos horribles de antropofagia, de arrancar los corazones…
La inmolación masiva de los cautivados y el asesinato de los niños ¡es justo lo que hacían los mismos verdugos conquistadores!
De la historia tergiversada nacería la imagen de los cuatro sacerdotes aztecas que, en la cima de una montaña, extraían con cuchillos los corazones de los prisioneros y lanzaban los cadáveres a los pies de una multitud agitada de caníbales…
¡Pero al contrario, estos fueron las víctimas de un sacrificio colectivo!
El misterio del éxodo.
La civilización de los atalantes desapareció misteriosamente, para descender de la misma forma misteriosa
Los jefes de las tribus indias confundieron a los bandoleros colonizadores con los templarios y, casi, con los mismos dioses, a los que esperaban desde hacía tiempo basándose en los pronósticos de sus calendarios (cuando los templarios se fueron, prometieron volver una y otra vez, y no solo por mar, sino también desde el cielo). Pero los jefes indios se percataron de su error demasiado tarde.
Gracias a las denuncias de los agentes papales, Roma sabía la localización exacta de las ciudades visitadas por los templarios. Estas ciudades estaban sujetas a la destrucción completa. La expedición de Cortés fue equipada con un único propósito: acabar con la Atlántida americana.
Las consecuencias de la matanza de la buena gente inocente por los malvados no se hicieron esperar. En Europa se extendieron las epidemias de la peste y el cólera, terremotos de 8-9 puntos convirtieron ciudades enteras en ruinas…
No es fácil hablar sobre la colosal tragedia de América Latina, no comparable ni siquiera con el genocidio de los cátaros.
Cuando la masacre estaba en su punto más álgido, los ancianos sabios de las tribus se reunieron y comprendieron que no podían responder al mal con el mal. Su Dios guardaba otra estrategia. Vencieron de forma diferente: no ofrecieron ninguna resistencia física y abandonaron sus territorios.
Otra tierra fue preparada para ellos por sus antepasados. Se marcharon en barcos blancos. La Atlántida americana abandonó en un instante su continente, dejando tras de sí un desierto en pocos días.
Estos, antes de su partida, lanzaron una sentencia sobre la Inquisición europea. Sus últimas palabras fueron:
“Hemos ganado, ustedes han perdido. Más les hubiera valido no venir a nuestras tierras. Se han quedado atrapados en la trampa que prepararon para otros”.
Según los indígenas, el martirio por las manos de los malvados solo los acercó a la más elevada Toltecáyotl, el paraíso celestial del que descendía Tonantzin. Habiendo sufrido, encontraron destinos tan luminosos y dichosos con los que ni siquiera podían haber soñado.
Comprender el misterio de la partida de la Atlántida americana es sumergirse en la lectura del arquetipo atlante. América es uno de los 12 continentes atlantes, uno de los más tardíos de dicha civilización inmaculada. Los europeos perseguidos emigraban al Nuevo Mundo, pero los nativos americanos desterrados se desplazaban a otra tierra, oculta para el resto del mundo hasta nuestros días.
Y esta tierra de personas buenas y puras abre sus puertas ahora nuevamente.
Hacia allá, hacia el Nuevo Mundo, la Nueva Luz de la teohumanidad, marcharon los indios americanos. Desde allí regresarán y junto a nosotros poblarán la Tierra de la 85ª teocivilización.
🌾 Oración de las antiguas tradiciones nativas, veraderamente conmovedora 🌾:
Oh, Gran Padre/Madre, Gran espíritu,
cuyo aliento da vida al mundo,
escúchame.
Yo soy pequeño y débil.
Querido Padre, necesito tu sabiduría, fuerza y amor.
Déjame vivir en la belleza del univérsum
y ver el mundo a través de la pureza de tus ojos.
Permitir que mis manos veneren toda tu creación en la Tierra.
Que mis oídos oigan tu voz.
Enséñanos la sabiduría,
que compartes generosamente con los tuyos
y que está guardada en cada pétalo y en cada piedra.
Padre, te imploro que me ayudes,
no con el fin de ser más fuerte o grande que mi hermano,
sino para vencer a mi único enemigo,
mi antiguo yo.
Haz lo posible para que yo pueda ir hacia ti
con las manos limpias y la mirada pura.
Y cuando esta vida se extinga como la puesta del sol,
mi espíritu regresará a Ti, sin avergonzamiento,
y permanecerá en tu Seno Paterno para siempre.
Articulo elaborado a partir de teorevelaciones y del libro “América, el proyecto de una civilización divina “
Juan de San Grial
https://readontime.online/AMERICA–EL-PROYECTO-DE-UNA-CIVIL…
Anexo:
Portada del libro oficial
El príncipe celta Madoc, el verdadero primer descubridor de América
Esculturas que representan parte del panteón tolteca.
El colibrí. Protector de los guerreros espirituales y mensajero de los buenos dioses.
Los toltecas invocaban al Gran espíritu. Lo veían bajo la imagen de
una gran águila que planeaba sobre el mundo y salía del sol. A menudo el águila
llevaba en su pico una serpiente. No fue un águila rapaz, sino la protectora de la
gente.
Hola
Cómo eliminan el ego los cátaros?