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Buenos Hombres

admin

25 diciembre 2017

Los cátaros profesaban el puro amor. Ellos enseñaban que Dios es este amor purísimo. No aceptaban ningún tipo de usurpación ni violencia. Afirmaban que el hombre cambiará únicamente con la fuerza del amor. Ellos alababan Minné —el ideal del amor divino. Los cátaros eran excepcionalmente bondadosos y amorosos. Con la misma veneración trataban a Dios y al hombre. Ellos negaban “el juicio final” y la represalia de ultratumba por los pecados. Enseñaban que el Altísimo era infinitamente bondadoso y misericordioso, el Padre Buenísimo de los Buenos, Claro y Solar, Fiel hasta lo último, que no juzga y nunca traiciona, Padre Amoroso, Incondicional, Justo y Puro. No creían en un Dios distante, que juzga, castiga, persigue, manda al infierno… Desenmascaraban a sus oponentes, los inquisidores romanos; decían que su religión estaba basada en el miedo. Y el miedo, según los cátaros, excluye el amor. El centro de su doctrina era el Santo Grial, el recipiente místico en el que habita la Divinidad. La base de la práctica de los cátaros era la catarsis: la completa y profunda purificación del hombre.

LOS NUEVOS CÁTAROS

No existe una definición breve y concisa del catarismo. La espiritualidad en que se basa la civilización cátara resplandeció en la Edad Media y ha evolucionado continuamente, sin perder su autenticidad. Por ello, todas sus manifestaciones, independientemente de su condicionalidad temporal, componen una unidad inseparable, una tradición común que de siglo en siglo fecunda, escondida o claramente, la cultura humana. El catarismo es un modo de vida, una forma de ser y una forma de concebir el mundo y convivir con él. Es la realización de las aspiraciones más elevadas y más nobles de la persona, que se realizó en contra del orden mundial circundante, donde impera la usurpación, la competitividad, el materialismo, el miedo, la dominación… Los cátaros constituyeron una civilización única, cuya base estaba formada por la certeza absoluta de que la Divinidad reside en el interior del hombre, de que el hombre es bueno y de que el hombre es el mayor valor de la Tierra. Esta certeza, que compartían muchas civilizaciones del pasado,  tiene bases y raíces históricas, pero su resolución está en el presente y en el futuro. El catarismo no contempla  solamente el movimiento espiritual de la Europa occidental medieval que cayó  bajo los golpes de la cruzada y la inquisición, sino que es comprendido como la espiritualidad del amor puro y libertad plena, dirigida a la Divinidad celeste, que eleva el alma hasta la dignidad divina. Pero más importantes que los cátaros que estaban en la gloria y morían por la fe hace ocho siglos, son los cátaros de este siglo, los cátaros como son ahora, los cátaros que son superiores a sí mismos, los cátaros “al cuadrado”, los lúcidos y puros cátaros, cuya cantidad se multiplica por toda la faz de la tierra. Estos cátaros nuevos y transubstanciados no necesitan la verdad histórica. En el fuego espiritual de las hogueras medievales quemaron sus  antiguos tratados, sus misterios y misticismos, sus “confesiones inconfesables”. Se quemó absolutamente todo en el fuego del Amor, y hoy resurgen como el ave fénix, como el ave sol multiplicados con la fuerza del amor superior, del puro Amor Minné. Lo más importante sobre los cátaros es el mensaje trasmitido por ellos a través de mil años. La incesante oración pasional cátara que no ha dejado de sonar desde su gólgota y desaparición en 1246, y que ha mantenido encendida la vela inapagable de la verdadera dignidad humana en lo más profundo de su corazón. Esta espiritualidad es ajena al dogmatismo y al espíritu de la rutina ritualista. Abre el potencial de la ascensión espiritual, que permite superar los límites de la existencia tridimensional en la que nos vemos sumidos y alcanzar la vida auténtica. Se podría hablar dos mil años más, hay mucho que decir de ellos, un sinfín. ¡Pero mejor que se derrame este mar de amor cátaro en los corazones de millones de personas y dirá más que las palabras que se puedan expresar. Los cátaros deseaban solo una cosa, descubrir el verdadero hombre en sí mismo, abrirle los ojos para ver su interior, abrir las despensas puras del potencial divino. Aquí el mundo está lleno de los nuevos Albigenses, Cátaros, Templarios, Rosacruces, Serafitas, Melquisedeques… Son miles de nombres más, porque son indecibles los nombres de su Dulcísima Señora Madre Sabiduría Divina. Indecible es el Cristo del futuro siglo. Indecibles son ellos, más grandes que ellos mismos.

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